―Pues porque me recuerdas a esos guías que hay en algunas
ciudades, como Sevilla y Toledo, que enseñan los monumentos a los visitantes y
les cuentan anécdotas. Ya sabes, si tienes pensado dejar la Policía, ahí tienes
un buen oficio. Por cierto, no le vendría mal a Córdoba tener unos cuantos
guías que la enseñasen.
―Y que lo diga. Lo que le falta a esta ciudad es venderse
bien. Así nos va. Vea Sevilla, lo bien que lo hace. Y tener, no tiene más que
Córdoba porque, digo yo, el Guadalquivir es el mismo río y, si ellos tienen La
Giralda y la Torre del Oro, nosotros tenemos la Torre de La Calahorra y La Mezquita.
Y puestos a comparar, como La Mezquita, nada. No hay color.
Un revólver en la maleta, págs. 57-58.
La doncella se marchó dejándolos solos. Mientras esperaban a
la dueña de la casa, Homero observó con interés y aprobación la decoración de
aquella estancia. Modernidad, elegancia y dinero. Aunque de educación
grecolatina, no en vano había estudiado lenguas clásicas, en los meses que pasó
en París se sintió atraído por las nuevas tendencias artísticas que causaban
furor en la ciudad del Sena. Le gustaba especialmente el Art Nouveau por la
mezcla de funcionalidad y arte con que diseñaba los objetos
de la vida cotidiana. En realidad, Homero amaba la simbiosis
entre lo antiguo y lo moderno, por eso se sentía a gusto en ciudades como
París, Barcelona o Viena, las cuales, sin olvidar su pasado glorioso, se
proyectaban hacia el futuro llenando los espacios de nuevas formas
arquitectónicas. Algo así anhelaba para Córdoba: que saliera del letargo en el
que vivía postrada desde hacía siglos, que recuperase los restos de su
historia, rica en culturas, pero abandonada a la desidia y al olvido, y que
mirase con optimismo hacia el futuro. Quizás, era cuestión de creérselo o, como
decía Pedro, de saber venderse.
Un revólver en la maleta, pág. 60.
A Homero le atrajo especialmente la magnífica colección de
monedas romanas y califales, sin duda, procedentes de yacimientos de Córdoba y
de otras partes de Andalucía. Era conocedor del expolio que estaba sufriendo el
patrimonio arqueológico de su tierra y, como amante de la cultura clásica, le
dolía especialmente la estulticia de los gobernantes y la desidia de un pueblo
inculto, que no valoraba lo que tenía debajo de sus pies y que malvendía las
piezas a coleccionistas, la mayoría extranjeros. Precisamente, Homero había
descubierto en sus viajes cómo otros países europeos más cultivados comenzaban
a cuidar los testimonios de su historia y a protegerlos con leyes. Las mismas
naciones, desgraciadamente, que luego expoliaban el patrimonio de países como
España.
Un revólver en la maleta, pág. 72.
No hay comentarios:
Publicar un comentario