Fátima era la criada de su hermano. En los meses en que
estuvo en el pueblo, se dio cuenta de su valía y también de que, con su
belleza, sería un problema grave para Paco pues, lo conocía bien, podía
intentar abusar de ella en un día de exceso alcohólico. Era mejor eliminar el
peligro. Por eso, le propuso que se viniera con ella a la ciudad y Fátima
aceptó. Los que iban a ser unos meses se convirtieron con el tiempo en toda una
vida y en una relación en la que no se distinguía ama y criada.
Un revólver en la maleta, pág. 23.
Fátima había
regresado de la cocina portando una bandeja en la que llevaba la cafetera, dos
tazas, una jarrita de leche, un azucarero y dos servilletas. Al oír hablar del
rey, se metió de lleno en la conversación.
―¿Y por qué
sabes tú esas cosas si puede saberse, Homerito?
―Porque soy
policía y mi obligación es enterarme de todo.
Maruja rio con
malicia.
―Cuidado, niño,
no te metas con la familia real, que Fátima es muy monárquica.
―Sí, señora, y
católica. Y a mucha honra.
Estaré esperando para matarte, págs. 79-80.
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