Habían entrado en el cementerio. Caminando entre los
cipreses, les embargó la tristeza y la melancolía. Ambos quedaron en silencio.
Un revólver en la maleta, pág. 56.
―Tengo que reconocer que su historia supera con creces a la
mía. ¿Sabe, inspector, que este cementerio es lo único bueno que dejaron los gabachos
en Córdoba con su maldita invasión? Mi abuela me contaba que, cuando su madre
era pequeña, se enterraba a los muertos en las iglesias o en pequeños solares
adosados a ellas, con la consiguiente falta de higiene. Fue Pepe Botella el que
mandó construir un cementerio en las afueras de Córdoba, aquí, frente a la Puerta
de Sevilla. Mire, ahí está la tumba del gran Lagartijo. Mi padre me decía que
fue el torero más grande que han visto y verán los tiempos, con permiso de
Guerrita.
Un revólver en la maleta, pág. 57.
Tras visitar en el centro varias fondas que no le habían satisfecho porque estaban excesivamente concurridas o carecían de las mínimas condiciones de higiene, el enterrador del cementerio de la Salud, a cuya ermita había acudido a cobijarse del sol después de recorrer infructuosamente las pensiones de la Ribera, le aconsejó que buscase en una casa de vecinos.
Estaré esperando para matarte, pág. 21.
Fuente de la foto: cecosam.com
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