La Córdoba de Homero y Pedro, cuyas calles recorren a la
búsqueda de asesinos, es la Córdoba de principios del siglo XX, una ciudad
provinciana que sale de su largo letargo de siglos y abandona la condición de
pueblo grande para convertirse, poco a poco, en una urbe moderna. Son los años
de los primeros vehículos a motor, de los primeros ascensores, de los primeros edificios
funcionales y modernistas que se construyen.
Córdoba aparece reflejada en las novelas a través de sus
calles emblemáticas como Frailes, Moriscos o Almonas, de sus iglesias (San
Andrés, San Miguel y, por supuesto, San Lorenzo), de la plaza de abastos de La Corredera , del reñidero de gallos, del
cementerio de La Salud ,
de las Ermitas, del hotel Suizo, del Ayuntamiento, del Círculo de la Amistad , del Gran Teatro,
del Coso de Los Tejares, de la
Audiencia , de El Círculo de Labradores, de una humilde casa
de vecinos del barrio de San Lorenzo….
Mientras recorría su perímetro, buscando entre las calles
aledañas algún horno, preguntando aquí y allá, consideró que Córdoba era una
ciudad de contrastes, en la que convivían, en una armonía prodigiosa e
injusta, los barrios más populares con los más adinerados, humildes viviendas
de gente sencilla con suntuosos palacios, iglesias engalanadas y ricos
conventos. Desde pequeño, le había llamado la atención la capacidad que tenía
el ser humano de hacer ostentación obscena de su fortuna mientras consentía que
sus semejantes se muriesen de hambre.
Estaré esperando para matarte, pág. 30.
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